Raf Simons ha presentado su primera colección para Christian Dior en la semana de la moda de alta costura para otoño/invierno 2012 / 2013. No es julio el tiempo habitual de los estrenos en Dior. Fue en tres eneros -acaso más benévolos los de 1958 y 1997 que el de aquel doloroso 1947- cuando debutaron el hombre que creó la firma y sus dos más célebres herederos, Yves Saint Laurent y John Galliano. Solo Gianfranco Ferré se estrenó en julio. Era el año 1989. “Tras meses de especulación la casa Dior ha anunciado hoy que Gianfranco Ferré reemplazará a Marc Bohan como diseñador”, escribía entonces The New York Times. Una frase perfectamente intercambiable por las que hoy redactamos para hablar de la llegada de Raf Simons a Dior. Pero el hecho de que casi todos sus capítulos empiecen igual no le quita interés a una de las historias más apasionantes de la industria de la moda.
El belga Raf Simons, de 44 años, fue elegido como sustituto de John Galliano el pasado abril. “Tras meses de especulación”, sí. Se convierte en el sexto creador de una de las firmas más emblemáticas de la moda desde los años cincuenta. Sucede en el cargo a John Galliano que fue abruptamente despedido en marzo de 2011. Era difícil no percibir cierta ironía en la inusualmente abultada convocatoria de diseñadores con la que ha contado el desfile de hoy. Antes que el de Raf Simons se ha barajado el nombre de casi cualquier diseñador en activo para el puesto y muchos de esos candidatos han acudido a la cita. De Azzedine Alaïa a Marc Jacobs, pasando por Alber Elbaz, Riccardo Tisci, Donatella Versace o Oliver Theyskens. Para evocar la fascinación que Christian Dior sentía por los jardines, Simons ha cubierto los cinco salones con un millón de flores de una veintena de variedades. Cada habitación era de un color y el olor de las orquídeas y las rosas resultaba casi asfixiante en la calurosa sobremesa de julio. Un buen ejemplo del peso que hasta la más hermosa carga puede significar. El diseñador presentó 54 conjuntos basados “en los códigos de los diseños de Christian Dior durante su tiempo en la firma”. Es decir, entre 1947 y 1957, cuando la muerte le sorprendió en la cima de su éxito.El primer gran cambio ha sido el escenario. Un hotel particulier en la Avenue d’Iéna ha reemplazado a los lugares habituales donde la marca suele presentar sus colecciones, como el salón de Avenue Montaigne o el Museo Rodin. Pero era una ocasión para romper con lo establecido. De entrada, Simons nunca había diseñado una colección de alta costura y, de hecho, empezó con ropa solo para hombre. Fue una década después, al fichar por la marca Jil Sander en 2005, cuando se inició en el mercado para mujer. Esta compañía le despidió en febrero para que la propia Sander, de 68 años, volviera a su firma.
Aunque un traje de 1952 se citaba como la inspiración literal en un par de piezas y los guiños al legado eran continuos, la voluntad expresa de Raf Simons es modernizar el vocabulario de la alta costura. Un objetivo que afronta de forma obvia cuando a un vestido del siglo XIX le recorta la parte inferior y lo combina con pantalones negros. Más sutil resultaba su defensa del valor constructivo de las piezas de Dior. Simons considera al francés “el supremo arquitecto de los patrones” y aspira a trasladar el ondulante simbolismo de su chaqueta Bar a toda clase de piezas y recursos: un escote, un abrigo, un bolsillo. El resultado es una interpretación mucho más contenida y depurada del romanticismo que caracteriza a la casa y una continuación de la trilogía de la costura que cerró su etapa en Jil Sander. “La alta costura no es solo idear una forma o un color nuevos”, defiende Simons en las notas del desfile. “Se trata de innovar en la manera en la que la propia industria trabaja”. Ese era el significado de las paredes cubiertas de flores: el ramo, acaso el más decorativo de los elementos, se transformaba en un elemento completamente funcional. El ambiente tras el desfile era de gran satisfacción. “Raf me pidió que viniera y aquí estoy. El desfile me ha parecido sublime, maravilloso, moderno y lleno de poesía”, afirmaba Alber Elbaz, director creativo de Lanvin. Bernard Arnault atendió a la prensa con una sonrisa y alabó “la seriedad y el rigor” de Simons. En otro rincón de la sala, el diseñador recibía las entusiastas felicitaciones de Sharon Stone, Marion Cotillard, Marisa Berenson, Diane Von Furstenberg o Victoire de Castellane. El presidente de Dior, Sidney Toledano, loaba la modernidad en el gesto de la nueva mujer Dior, que lleva pantalones y las manos en los bolsillos. “Siempre supe que Simons y Dior iban a encajar. La alquimia debe funcionar. Un diseñador puede tener todo el talento del mundo y no ser bueno para una marca, pero este es el inicio de una nueva era”.El juego entre pasado/presente y ornamento/ función es el gran tema de la colección. Trajes que combinan diferentes bordados en la parte frontal y en la trasera o un imponente vestido rojo largo que se abre en la espalda para revelar unos pantalones azul marino bajo él lo articulan de forma lograda. Y el trabajo de unas piezas en las que minúsculas bandas de muselina forman un degradado de rosas o crean un efecto puntillista es memorable, original y sugerente. Solo algunos trajes y vestidos minimalistas realizados en visón y astracán teñidos muestran los riegos que entrañan las mezclas heterogéneas.
Por espectacular y esperado que fuera el estreno de hoy, la nueva era debe escribir todavía varias líneas más para dar por iniciado este capítulo. En septiembre, Simons deberá traducir sus ideas en un desfile de prêt-à-porter para el próximo verano y será el año que viene cuando la clientela de Dior, y ya no solo la de alta costura, tenga la última palabra.